POEMAS DE ALFREDO GANGOTENA


Alfredo Gangotena nació en Quito en 1904 y falleció en esta misma ciudad en 1944. Su estilo poético está dentro del modernismo marcado por el simbolismo francés.




Los amotinados

¡Ah, risa loca!
¿Henos aquí tus compañeros
Ilustres en la ciudad de los políperos?
¡Dispara y modela la línea de nuestra muerte!
Anda, corre y toma entre los astros tu noble impulso.
¡La tierra para nosotros!  ¡Y en nuestra angustia
Más bien el cieno de los cerdos
Que el hueso que flota
Como leño podrido del alud!
Escucha cómo, avarienta, la oreja ronca,
Encenegada, después de los calados.
Pero cuídate, sostén de nuestro amor:
Los perros que te rodean
Sabremos allanar los caos y los letargos.
¡Ya la uña se aguza en el viento de altamar!

El cinto y el carbúnculo en la muchedumbre,
¡El anillo constrictor para extenuarte!
Basta de palabras de embrujo
Y del filtro que extraemos de nosotros mismos.
¡Ah! ¡Qué bien se vacía el odre de la sierpe
En el artificio de tus canciones!



                  *  *  *  *  *  *  *

Pero Él

¡Amén, Silencio! El paso se inquieta en el suelo de las gamas.
Recojamos las melódicas flores de la pastoral
Para nuestras tiernas hermanas.
Venid todos, mordamos los barbechos; para nosotros los peces y el arsenal.
Agua disipada de ámbar en la resonancia estelar.
¡Que el mundo alterado inicie las rutas del relámpago!
Íntimamente intactos, oh cementerios, de mi fósforo,
Enrollad vuestro mar deslumbrante, vuestro océano sonoro.
Entre la inmovilidad de los tallos que el astro confunde
Están mis labios arrastrándose en esas lágrimas y áureas bebidas.
Las formas se lanzan a la conquista del viento.
Alojad a ese anciano, advientos, nitidez,
La espalda ya no soporta bajo tanta oscuridad.
¡Me bastas, cohorte, y me atormentas!
Maldición, ¿qué vigilancia me sujeta hacia atrás las huellas?
Ave de infortunio, tú serpenteas, ave
Implacable, en mi cerebro.
Brujas, silba el veneno de vuestros dedos;
¿No soy acaso digno de vuestras cábalas?
Un cargado aliento -floración más rara-
Injuria violentamente a los que viven en las charcas.
Fuerzas secretas, ¡para mí el magisterio de vuestros cenáculos
Si desfallezco!
Sin embargo, tal cálculo
Era fórmula cierta y hecho de milagro,
Solemne y bajo vuestras cúpulas protegido,
¡Oh lámpara de ceguera!


                       *  *  *  *  *

 Mi semblante sumiso en la extirpación de las palabras...


Mi semblante sumiso en la extirpación de las palabras,
Mis manos esparcidas en el horror.
Todo en sombras, arisco, fluyente y transido
De los fríos sudores que he sangrado en mi noche.

Mis ojos asesinados transpiran su lodo contra los muros.
Mis fláccidas axilas de ningún modo me han sostenido.
¿Para qué frecuentar vuestras opulentas moradas?
Os dejo en gran duelo, nativos fantasmas.

Escuchadme: no puedo dejar de ajustarme
A la onda musical de vuestros sospechosos escarceos.
Pero pálido en su furor inminente,
Como el ala erguida bajo sus profundidades de huracán,
Enhiesto y bien plantado, Él solo me esperaba.
¿Y la vejez cercana en torno de mis lágrimas?
En la canícula de este adormecido vientre-
Incubo mis entrañas, mi suerte y mi dolor.

Impelido sobre la tormenta y el pulso de mis venas,
Respiro hacia adelante y mi destino me precede.
Con toda mi pesantez, en Él me he sumergido. .

Estrepitosamente, he gritado los gritos en mi boca:
¡Aquí abajo, el Inminente!
Detenidas por el rumor de su potencia,
Las heridas aguas vierten los juramentos a sus plantas.

Señor enhiesto sobre los rayos de su armadura,
Fulgente en el acero de su inmovilidad,
Para la batalla en dondequiera, Él solo me esperaba.
Voces como piedras gruñen bajo la luna.

Él no me detiene ni menos el ala rumorosa
Del astro de los muertos, suspendido sobre mi tienda.
¡Su ejército? ¿Acaso replegado y sordo en la espera?
¡Cómo! ¿Acaso pensaba hurtarlo y arrebatarlo por azar
A la gran águila de mis miradas?

¿Qué calor me asfixia en estos sudores?
Mis dientes se estremecen, rojos de carne de la posesión.
¿Se deshacen mis músculos bajo las rocas implacables?
La selva me grita: ¡cuidado!
Sacudiendo de despecho su milenario follaje
Sobre mi cuerpo jadeante.
¡Oh lágrimas, qué hundimiento
Y qué polos de oprobio alcanzados en esta ruina!

Él solo me esperaba.
Sus pájaros carnívoros recorren mi silencio.
¡Así sea! Si he sufrido la verde huella de sus ojos.
.Centella de tormenta, Él se precipita de súbito
En la ruta escabrosa de su blanco viaje.

Él partió con el gran viento de alas de la noche .
Y me he quedado inerme y desnudo en la desesperanza,
Toda de cal y de ceniza, mi carne, bajo el remolino
De su vuelo ensordecedor.
Mi corazón, de soslayo, en la hondura de la Medianoche.
¡Helo aquí yacente en la hez y en la vergüenza,
Sucio de excremento bajo la resina de mis ojos
Palpitantes, perdido en la tiniebla, la bilis,
El amarillo polvo y el desprecio!


                *   *   *   *   *

Vestido de púrpura me suspendo perplejo en esta
     medianoche que zozobra.
A decir verdad oigo golpear,
     pasos insólitos golpear la pesantez de la sombra.
Temibles, inesperados, estos pasos
     cuya gravedad sonora me estremece hasta en la
     intimidad más guardada de mi espíritu.
Vestido de púrpura me suspendo perplejo en esta
     medianoche que zozobra.

El cielo, en su fluidez mental, persiste en reconstruirme las
     modulaciones de este llamado.
Mis ojos se empañan de lágrimas.
¡Es Ella, pero Ella! sin lugar a dudas.
¡Ella!
Y toda la luna,
     desde lo alto de los viejos bosques,
     desde lo alto de las noches, despliega su helada sobre mi
     pensamiento.

El recuerdo endurece de negro las puertas,
Sin embargo, en esta invernal quietud, yo me ciño a
     acechar y esperar -cuando todo alrededor, en la gran
     noche de estrellas heladas,
     todo alrededor desfallece la flora-
A acechar el sombrío espacio de noche -hasta que el
     último lobo, con trote furtivo, recobra su cubil perdido.

Muchos pájaros, nacidos de muchas arcanas comarcas,
Los oigo golpear en la corriente endurecida del cristal
     iluminado.
Y mi frente se despliega
     en este deseo de las aguas que mecen la diafanidad visual de los sueños.

El viento del cielo me estremece en el más solemne párpado.
Y ningún Espíritu errante se mostraría esta noche, por nada del
     mundo, en este lugar desierto en donde mi desastre lo llama.
Ningún Espíritu, en tanto que la noche se revela maldita y
     pesada y llena de témpanos fúnebres:
     la última estación del polo.

Yo yacía extendido allí, con todo mi cuerpo, allí en la
     sombría soledad de mis pensamientos,
Cuando esos pasos, de golpe sentidos en lo invisible, de
     golpe vinieron a definir mi cielo.
Con gran estrépito abrí entonces la puerta, y la abrí, de
     repente: primera sobre esta comarca nueva que perturbo.

He aquí pues a la luz mis manos,
     en la blancura nocturna de mi frente.
En sus alientos, mis manos: líquidas y transparentes de la
     leche filtrante de este llamado.
Mi Amor, yo te espero en la totalidad pura de tu
     presencia.

Y la puerta en la noche se abrió, de repente, de un solemne batiente,
     que ella dejó, por esta velada lúgubre, en mi corazón
     derramarse toda la sangre de tu belleza. .
¡Y tus senos sobre mí! y sus sedas lunares derramaron tal
     extraña blancura sobre mí,
En el ala líquida de mi carne, sobre mí:
     para encantar mi espíritu, el espacio y la duración,
     ¡oh lágrimas! a morir.
De este hecho, mi Amor, vences todo tropiezo, toda atadura,
     todo estado anterior de ley,

Me respondes en el delirio y los perfumes,
Mis manos te envuelven en el llamado
     y mi temblor te busca por todos lados en la eternidad
     triunfal de tus brazos,
     en la blancura sobre mi, de toda tu carne sobre mí.

Mi cabeza aturdida rueda a la sombra dulce de tus miradas.
Me has tomado en la fuerza tórrida de tu clima,
¡Oh Sin par! en la carne misma de tu presencia.
Tu boca me ha tomado,
Y caigo pesado y verdadero en las columnas primordiales
     de tu sangre.

Mi Amor, te llamo,
     y tu vientre ilimitado brilla con el más tierno resplandor
     en la boca ávida de mis caricias.
Y de tu carne amada, vuelvo,
     ciego vuelvo en el insostenible vértigo.
Tu carne en el centro abierto de mis entrañas.
¡Tu carne en el absoluto de mi exilio!

Te llamo, Mi Amor, ¡oh Tú!
     Muero, esta noche, en la árida fraternidad de las arenas,
     esta noche colmada de astros y de jardines.
Pero de tu cuerpo fiel, y de tu sangre en la memoria activa
     de mis pensamientos, pero de Ti lustral, de ti y de tu
     desnudez nupcial en mí,
Mi Amor, ¡el deslumbrante sol jamás se extinguirá!

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