GUSTAV MAHLER

       

Gustav Mahler nació el 7 de julio de 1860 en Kaliste,  Bohemia actualmente, República Checa y falleció el 18 de mayo 1911 en Viena, Austria. Compositor, pianista y director de orquesta y ópera, se le considera hoy uno de los más grandes sinfonistas de la historia de la música y no le faltó razón cuando dijo que su música no sería valorada hasta después de cincuenta años de su muerte y es que él, en vida,  no tuvo éxito como compositor.
Formado en el Conservatorio de Viena, la carrera de Mahler como director de orquesta se inició al frente de pequeños teatros de provincias como Liubliana, Olomouc y Kassel. En 1886 fue asistente del prestigioso Arthur Nikisch en Leipzig, en 1888, director de la Ópera de Budapest y en 1891, de la de Hamburgo, puestos en los que tuvo la oportunidad de ir perfilando su personal técnica directorial.
En el año 1891 Mahler llegó a ser el director principal del Opera de Hamburgo, donde preparó y ayudó a un grupo de destacados cantantes y actores. Repartió su tiempo lo más equitativamente que podía entre dirigir y componer; en verano componía y en invierno dirigía.
Mahler fue un romántico tardío que forma parte de un ideal que puso a la música clásica austro-germana en un plano más alto que otros tipos, empleando su visión espiritual particular y su propia idea filosófica. Fue uno de últimos destacados compositores de la línea que incluye, entre otros, a Beethoven, Schubert, Liszt, Wagner, Bruckner y Brahms.


              

La Sinfonía nº 5 en do sostenido menor fue creada en los veranos de 1901 y 1902 en el Wörthersee y estrenada en 1904 en Colonia. 
"Un mundo que debía abarcar y contenerlo todo", como medio de expresión, así le dijo Mahler a su amigo Sibelius, para definir la sinfonía.  
Los dos primeros movimientos de la sinfonía forman un bloque. El tema principal se centra en la marcha fúnebre precedida de una gran llamada de atención. La visión de la muerte aparece, la disposición instrumental de este movimiento evoca la típica banda que acompaña el cortejo fúnebre: estamos en la época que inventa para la ostentación las llamadas pompas fúnebres.
En el siguiente movimiento se evoca de nuevo el tema de la muerte pero de una forma diferente. De una alternancia de lo dulce y lo tremendo surge una riqueza extraordinaria de matices, agudizando los timbres tanto para sugerir la agonía como ciertas expresiones idílicas, que son como presentimientos de resurrección.
Con el tercer movimiento entramos en otro mundo más amplio, poderoso, de gran energía. El típico ritmo vienés, el de las calles, lo intercala con la intimidad y el sosiego del lieder. De la música más popular de Mahler deja constancia el Adagietto. Este movimiento es una excepción en la obra sinfónica del compositor pues es solo para orquesta de cuerda y arpa y este criterio de la reducción, de la intimidad frente a la aglomeración sentó precedente en la escuela vienesa. Una estructura de romanza y de romanza acuática con el arpa al fondo -estructura antigua- se hace moderna, actual por la profundización en lo amoroso con su dialéctica entre lirismo que fluye y sobresalto que casi interrumpe.  
En el gigantismo del quinto movimiento (rondó final) hay una continua referencia al comienzo del Adagietto. Este último tiempo para el que Mahler exigía una orquesta de solista se atiene a una estructura muy clásica, claramente perceptible dentro de la ordenada vorágine y con el peligro de convertirse en barullo. La parte de fuga se ha hecho justamente famosa. El final engrandece el típico rondó-sonata: lo que llamaríamos reexposición es más bien un signo conclusivo que nos hace entender mejor lo anterior, porque entre la referencia al tiempo anterior vuelve a presentarse el tema religioso del segundo movimiento pero de una manera muy triunfal.



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